La izquierda abertzale lo vuelve a hacer

 


La muerte de Charlie Kirk, abatido brutalmente en un acto público, debería ser un motivo de luto y reflexión profunda para cualquier sociedad civilizada. Sin embargo, una vez más, la izquierda abertzale —y sus satélites ideológicos— han elegido el camino del desprecio y la manipulación. No bastándoles con guardar silencio, han emprendido una campaña activa de banalización de su asesinato, disimulando el horror bajo la etiqueta de “provocador”, “ultraderechista” o “enemigo del pueblo”.

Nada nuevo bajo el sol: esta es la vieja táctica revolucionaria de siempre. Deshumanizar al adversario hasta que su eliminación no solo se considere aceptable, sino incluso lógica y justa. Las redes sociales y ciertos foros afines se han llenado de sarcasmos, memes, justificaciones encubiertas e incluso celebraciones veladas. El crimen es reconfigurado como "consecuencia natural" de disentir de la ideología dominante.

Es la misma lógica perversa que en el pasado justificó el tiro en la nuca, la bomba lapa o el linchamiento social. Solo ha cambiado el envoltorio. Hoy no necesitan capuchas: les basta con controlar la narrativa. Así operan. Porque no toleran al disidente, al que piensa diferente, al que se atreve a levantar la voz frente a los dogmas de género, del globalismo o del independentismo militante. Y por eso, no son capaces de ver al otro como un ser humano. Lo reducen a una caricatura: un “facha”, un “odiador”, una amenaza. Y cuando esa amenaza desaparece, respiran aliviados. Algunos, incluso, lo celebran.

Pero lo más grave es que esta actitud no provoca escándalo entre los partidos de la “normalidad democrática”. No hay comunicados de condena, no hay mociones institucionales. El asesinato se diluye entre excusas ideológicas, y la demonización del adversario político se convierte en norma.

¿Hasta cuándo? ¿Cuántos más deben caer para que se reaccione? ¿Vamos a aceptar como normal que se asesine a alguien por opinar distinto?

Hoy fue Charlie Kirk. Mañana puede ser cualquiera. Porque cuando una sociedad acepta que algunas muertes “se entienden”, ya no hay justicia, ni ley, ni humanidad que valga.


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